Si algún día le ves por ahí, en algún bar con su vaso de
ron en la mano, dile que no me he olvidado de él, que le sigo queriendo. Que mi
reloj sigue parado a la misma hora en la que nos conocimos. Pregúntale por su
vida, si aun me sigue queriendo, si se acuerda de mí. Dile que mi cama le echa
de menos, que sus besos siguen ardiendo en mis labios igual de fuerte que el
primer día. Recuérdale la cantidad de promesas que hicimos, de canciones
susurradas al oído en noches eternas que a su lado se consumían igual de rápido
que aquel amargo cigarro en su boca. Enséñale nuestras fotos y dile que las
conservo todavía y que cada noche me acuesto con ellas, esperando el momento en
el que él aparezca por mi puerta y me susurre un ‘lo nuestro será eterno’, como
en aquellos tiempos en los que solo estábamos él, yo y todas esas viejas
canciones de carretera que hacían que todo fuera tan especial. Mira fijamente
su sonrisa, esa que iluminaba las noches más oscuras. Fíjate en sus ojos y en
si sigue el mismo brillo azulado en ellos. Dile que mi voz tiembla al
pronunciar su nombre todavía. Júrale que lo he intentado, que intenté
olvidarle, pero siempre pasaba alguien con su mismo perfume y me volvía a
perder en él pensando en la cantidad de amaneceres que vi a su lado.
Dile, también, que siempre estuve ahí, a su lado, aunque
él no lo supiera. Que nuestro amor no fue eterno, pero faltó poco.