Y llega, en el momento más inesperado y cuando más te
hace falta. Sin llamar, sin hacer ruido, pero lo suficientemente fuerte como
para que te afecte. Aparece él, con su mejor sonrisa, esas ganas suyas de hacer
el tonto y esa cosa que solo tiene él que hace que a su lado todo sea fácil,
sencillo.
Te saca esa sonrisa de tonta de la que tanto se habla, y
cuando lo hace y te das cuenta, unas jodidas mariposas recorren no solo tu
estómago, si no tu cuerpo, de la cabeza a los pies. Parece que tu cabeza está
programada para pensar en él las 24 horas del día, que tu corazón da un vuelco
al escuchar su nombre, que quieres gritar que le quieres y quieres callar todas
esas bocas que un día dijeron que no iba a funcionar; pero solo te centras en
una cosa, en tenerle a tu lado, cerca, sentir su presencia y que solo te haga
falta eso para ser feliz, oler su perfume y saber que es él, escuchar su voz y
que tiemble la tuya.
Es esa sensación de que todo va bien a su lado la que
hace que cada día le quieras más, de una manera casi inexplicable pero
existente.
Es ese momento en el que tu vida se centra en él, o quizá
tu vida sea él.