Lentamente le sonreía, solo a él. Esperando otra sonrisa
como respuesta que no tardo mucho en llegar. Caminaban de la mano, como si eso
les hiciera más libres, como si así, fueran ellos mismos. Miradas que
iluminaban hasta la habitación más oscura, el amor se podía ver cristalino en
sus ojos. Besos que ardían en ambas pieles, como si se los hubieran tatuado
para que nunca desapareciesen. Días que a su lado eran horas, y horas que a su
lado eran segundos. Cada corazón latía al mismo ritmo, como si hubieran creado
una melodía
asimétrica que encajaba perfectamente con ellos dos. El amor
estaba, de eso no hay duda.
Pero todo lo que empieza, acaba. Y tan lentamente como
ella le sonrió el principió, volvieron a la rutina. Miradas cristalinas que se
volvieron opacas. Tatuajes que con el roce, se desgastan. Horas que se acaban y
segundos que no empiezan. Una melodía que pone
punto y final a algo que prometieron que iba a ser eterno, pero que solo
se quedó en eso, un amor de verano más.